lunes, 4 de junio de 2012

El editorial del Nº 2


Siempre es hoy

La verdadera creación es, sencillamente, una utopía. Miguel Ángel, al ser consultado sobre el David, alegó que su trabajo no se basó más que en limpiar las asperezas y quitar lo que no servía de la escultura, que descansaba desde siempre dentro de un bloque de mármol amorfo. La escritura merece la misma explicación: todos los textos, de alguna manera, ya están escritos. Incluso este.
Ese afán de desechar la posibilidad de cualquier invención (por imposible) nos llevó a una conclusión trágica: PECES DE CIUDAD ya fue hecha, en algún otro tiempo y por otras personas. Y sin embargo su aparición, aquí y ahora, causó sensaciones nuevas, refrescantes, en medio de una opacidad cultural gráfica que (pluma en mano) intentaremos combatir.
Somos conscientes de nuestra propia condición de extraños. Nos creemos apenas restos de una gran obra olvidada, cenizas de un fuego ya apagado hace tiempo. Y en virtud de esa certeza es que planteamos un recorrido por la vida de grandes personajes que merecen el recuerdo constante, cuando no la eternidad lisa y llana.
Nuestra tapa de junio es para Gustavo Cerati, porque confiamos en verlo volver de ese limbo surrealista en el que está desde hace un par de años. Porque cuando lo escuchamos sabemos cuánto lo queremos. Y porque el rock, definitivamente, no es lo mismo sin él. También nos paseamos por la vida de Guillermo Enrique Hudson y Osvaldo Soriano (a cuya memoria está dedicada íntegramente esta revista), para recordarnos a nosotros mismos que el arte (y, más específicamente, la palabra) siempre está. Y les regalamos un poema de Juan Gelman que no necesita ningún adjetivo.
No percibimos animadversión en ninguna de las voces que se pronunciaron respecto al primer número, lo que nos empuja a exigirnos aún más para intentar corregir aquellos errores que se hayan podido apreciar. Como ya hemos dicho en algún momento, nuestra capacidad de reconocer esas faltas no nos permite adquirir la habilidad para enmendarlas, pero sí nos obliga a esforzarnos hacia una empresa mayor, superadora, quizá eterna: la de intentar ser cada día un poco mejores.
PECES DE CIUDAD cumple en recordarles (a cada uno que la esté leyendo, que ahora la tenga en sus manos) que proponerse novedosos o directamente creativos constituye una falacia. Hacemos la revista que queremos, incluso con la certeza de haber experimentado sensaciones parecidas en algún tiempo pretérito. Pero el ayer nos resulta mucho menos interesante que el mañana. Y si nos paseamos por cosas viejas es porque creemos que está prohibido olvidar. Con más vergüenza que modestia reconocemos que no inventamos absolutamente nada, que (como diría el Negro Alejandro Dolina) apenas somos un chalecito edificado con ladrillos del palacio de Nabucodonosor.
No vivimos en el pasado y tampoco afirmamos que el futuro haya llegado. Ni una cosa ni la otra.
Siempre es hoy.